domingo, 30 de octubre de 2016

Rota


Tengo una idea, a veces exagerada, y un par de ranas que me persiguen en sueños jugando a convertirse en príncipes.
Tengo  infinitos cuentos y ninguno de ellos ha cambiado para volverse historia.
Tengo una sonrisa cansada y algo muerta en ese hueco que han dejado tus abrazos.


Y, es en ese preciso momento, en el que veo que no es sino mi tristeza la que me aprieta los botones.
Atrapé ocho dragones, que ahora guardan mis mazmorras y escondí en el sótano unos cuantos miedos. He apagado la luz, eso sí, para que nadie baje a descubrirlos.
Tengo algunos meteoritos a punto de estallarme en el pecho y causar estragos irreversibles. 
Y es que así soy: tantas veces, tonta. Tantas veces, débil. Tantas otras, seria.
Le he prometido a mi "yo" de mayor que voy a construir y no a destruir, que voy a cambiar,
que algún día estará orgulloso de mí, de poder ser lo que es.
No sé muy bien cómo empezar a resolver las goteras en el ala oeste de mis bloque(o)s.
Ni siquiera tengo la llave que abre tantas incógnitas que me arrastran mar adentro.
No miento si digo que he olvidado cómo es tensar los músculos de la cara sin esfuerzo y romper a reír o romper a llorar. Pero romper, porque ya estoy harta. Y, porque, aún así, ya no destruyo. Ahora me quedo quieta.
Frente a un desierto indómito, me pregunto dónde dejé todas esas letras,las que siempre me sacaban de cualquier nudo: de los del alma y los del esófago.
Me pregunto cómo es que ya no hay nada azul en mis cielos ni nada blanco entre mis sábanas. Miro de frente las lágrimas que surcan mi almohada jugando a hacer mortales desde mis mejillas.
Sin duda, he aprendido que la madrugada solo trae la tinta difuminada de lo que va a ser un mal día. Que con el ocaso, se pierden entre botellas esas esperanzas de recuperarle, de recuperarme, de recuperarnos.
Puede que mis pantalones rotos necesiten algo más que juicios de desprecio.
Tal vez, mis pies solo exijan de tus huellas para entender que sigues ahí. Que es real. Que eres eral. Que no te has vuelto a ir, como tantas veces me haces sentir. Y tantas, sin querer.
Tal vez y solo tal vez, eso desintegre mis meteoritos y mi idea exagerada. No sé.
Al final escribo porque te echo de menos. 

Y es que con ellos, con vosotros queridos, me pasa igual. Cada veintidós segundos me engaño pensando que no necesito vuestros barcos; sí, esos que se van a pique, los que me tocan y, muchas veces, me hunden.
Aunque no quiera, escojo la sal, el mar y la arena. Y, si he decidido quedarme, si sigo aquí es porque, en el fondo, nunca he querido navegar sola.
Que aunque me sienta naufrago, quiero ser otra cosa, algo que me saque a flote con cada golpe de timón.
Quiero quedarme con el botín y enamorarme de la cordura de la brisa, para no tener que ser más esa loca de San Blas. Que le canten a otra, que yo quiero estar viva y dejar de esperar.
Quiero saber lo que es libertad, saborear ese ron de verdades que te lleva a tumbarte borracho y a mirar enamorado la inmensidad de las estrellas.
Quiero cantar mis razones a la luna y llorarla cuando sea llena y reírla cuando sea nueva.
Quiero que nada ni nadie me ate a amar. Que mi amar sea único e irresistiblemente bello.
Que mi vida sea ese beso que acaricia la piel y te hace morirte de ganas y de incertidumbre.
Busco esa sensación de infinitud que, en su día, atravesó cada uno de los poros de mi alma, encendiendo cada lunes con sabor a tarde de viernes.

No quiero más hielo en mis horizontes ni que se me caiga la voz a trozos.
No quiero que enmudezcan mis ojos ni que mis labios dejen de estremecerse cada vez que escucho mi nombre en los tuyos.
Que soy valiente porque no he dejado de girar aunque lleve a cuestas cuatro años en vela.
¿Sabéis? Me sigue mareando mi idea exagerada y me gustaría calmarla y susurrarle que no tenga miedo.

Sí. Que no tenga miedo a equivocarse. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

"Querida hija:

Es por eso que no me importó que todos me despreciasen hasta los insultos, incluida tú. Es por eso que puse mi cara dura como la piedra cuando me golpeaste en el vientre una y otra vez. Es por eso que aguanté cada uno de los latigazos que me diste. Se podría decir que solo ahogué un grito de dolor cuando arrancaste la piel de mi corazón a tiras. Solo en ese instante pensé en cómo había podido llegar hasta ahí. En ese momento de terrible sufrimiento una tenue niebla oscureció mi semblante y me pregunté por un brevísimo espacio de tiempo: "¿qué hago aquí?". Y recordé.

Recordé los brazos de mi padre. Recordé el olor dulce de mi madre despertándome por la mañana. Recordé las risas de mis hermanos, los chistes de mis amigos. El día en que te concebí. ¿Cómo iba a olvidarme de ti? De ti, el fruto de mis entrañas. De la historia que había vivido para poder darte a luz. 
Y entonces, lo vi. Como transportada a una octava dimensión, vi tu carita redonda y llorona entre mis brazos. Vi tus pequeñas manos acariciando las mías en un intento de atrapar mi dedo anular. Vi cada día que pasaba a tu lado: las noches en vela, tus primeros pasos, tus sufrimientos de niño...El tesoro de tu juventud. Crecías y encontraste el amor. Ése amor que yo te había dado desde que llegaste al mundo lo descubriste en un hombre. Te obsesionaste con él. Me olvidaste. Y, en contra de lo que yo deseaba para ti, te perdiste. Te busqué cada día durante muchos, muchísimos años. Desapareciste con el amor de tu vida sin dejar rastro y yo no sabía dónde buscarte. Solo quería que estuvieses bien.
Y, cuando estaba exhausta de llamarte sin que me respondieses, al fin te encontré. 

No eras la hija que había soñado que fueras pero eras mi hija. Una hija sucia, herida, sola. Mujer destrozada. El amor de tu vida había muerto. Ahí donde habías puesto tu corazón se había roto y ya no sabías cómo volver a amar. Te recogí en brazos porque no tenías fuerzas ni para resistirte. Te llevé de vuelta a casa y decidí reparar ese corazón tuyo que tan roto estaba. Empecé por pegar los pedazos pero aquello no era eficaz; en cuanto los pegaba se hacían trizas de nuevo con cada golpe de latido.
Por un momento creí que podría hacerlo, creí que lo lograría, que te recuperaría, ¡qué equivocada estaba! Me desviví en cuidados para hacerte feliz mientras tú solo te reías de mis vanos intentos arrojándome con crueldad tu dolor en la cara. Me deshice en mil detalles sin darme cuenta de que tu sufrimiento era algo en lo que yo no me podía meter si tú no me dejabas entrar. Y entonces entendí lo que debía hacer: regalarte la libertad.

Me he dejado matar literalmente por ti. Me has hecho todo el daño que has podido descargando en mí todo lo que a ti te estaba aniquilando. Solo había una manera de recuperar tu corazón roto y era dándote el mío, así que te he dejado hacer. Tal vez no puedo pegar tus pedazos pero sí puedo hacer que empieces de cero. Espero que te des cuenta de que si eres lo que eres es gracias a mí, hija. Solo al morir por ti, verás que tú y yo somos Uno y que tú, mi Vida, eres libre. Que la muerte de tu corazón no volverá a paralizarte porque ahora tienes el mío que ya te ha salvado, que volverá a hacerlo todas las veces que haga falta.

Ahora, ahora que estoy desangrándome hasta la última gota, doy respuesta a mi pregunta: Estoy aquí porque te amo, cariño."


Después de todo, confío en que entendáis que ni estoy hablando de ella ni de mí. 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Me han dicho

Me han dicho que una bala de oro puede matar dragones, que las princesas aparecen solo en los cuentos y que los principitos azules destiñen. Me han dicho que el destino no existe o que sí, que todo es azar o que nada es casualidad. Me han dicho que cuando las aceras están mojadas se debe solo a la lluvia y que cuando la arena quema no es solo por el sol. Porque sí. Porque se supone que debemos ganar si lo arriesgamos todo. Porque se supone que aquí solo manda el más fuerte, el que sabe ocultar sus lágrimas y fingir sus sonrisas mientras fuera siguen bailando la vida esperando a que muevas tus caderas a su ritmo de vértigo. Me han dicho que vale más ser rico que ser feliz. Que los que escriben, son unos ilusos enamorados de absurdos imposibles. Porque, para qué engañarnos, esto ya no interesa a nadie que no sepa leer entre renglones. Me han comentado que la juventud se pasa rápido y hay que seguir cogiendo trenes que nos lleven cada vez más lejos aunque, a veces, no sepamos ni adónde vamos, ni quiénes somos, ni cuál es nuestro tren. Me han dicho que avance, que avance siempre sin pararme a pensar en los lunares de tu espalda. Me han dicho que el amor no existe. Me han dicho que no merece la pena.
Pero tú me has demostrado lo contrario. Que merece la pena.
Que merece la pena sentarme a escribir mientras como decía Béquer: “haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira.”

Que soy de las que piensan que merece la pena soñar con tu príncipe azul, aunque destiña, porque todos desteñimos alguna vez, pero tú eliges quién quieres que te manche y quién no. Que merece la pena creer en el destino y en que nada es casualidad. Nada pasa porque sí. Porque si no, no estaríamos donde estamos. Y estamos. Llámalo X. Sé que simplemente merece la pena creer en algo, tener esperanza. Sé que merece la pena porque algún día me sentaré contigo en nuestra playa a cavilar sobre tus lunares en por qué la arena quema más o menos por el sol o por otras extrañas razones, sobre por qué la lluvia se empeña en mojar las aceras o en por qué fingimos sonrisas y lágrimas según envejecemos para ocultar las cicatrices de esos dragones que matamos con balas de oro para ocultar nuestras propias barreras y nuestros miedos. Que la vida es corta y que cuando haga algo lo haga para mí, no por nadie sino porque quiero hacerlo. Que todo lo que me salga del corazón lo haga; eso me lo has demostrado tú con hechos. Que merece la pena porque sí que me aportas más. Siempre más. Cada día más. Y la balanza se inclina a tu favor y eso solo hace que te quiera otro poquito.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Sigo aquí

Huyo. Intento ser otra poesía que escribe versos marcados por las cicatrices de un papel roto. Me río. Y estallan en mi pecho terribles carcajadas.

El coche está abajo y me espera aparcado. Es la absurda imagen de un medio que jamás justificará mi fin: huir de todo. Huir de ti. 

Estoy lejos de sentirme viva o de sentir el atisbo de cualquier sentimiento. Me voy a ninguna parte. Porque, al final, siempre eres tú el que está ahí aunque yo quiera irme. Y no aguanto el perder todo. Tampoco el perderte. Acabaré tropezando veintiséis veces con la misma piedra solo porque al final también yo soy de las que se enamoran de sus errores. Y no, no estoy hablando de ti.

Resumiré mi historia: equivocarme y hundirme en más mares de los que me atrevo a contar para después salir a flote y quedarme boqueando en la orilla, esperando a que otra ola vuelva arrastrarme mar adentro.

Así que, por todas esas noches ahogada, he decidido coleccionar también tus atardeceres. Ésos que se que se esconden cada tarde en mi clavícula y juegan a dibujar sombras en mi espalda danzando entre escondite y escondite con un puñado de sueños rotos.

Las palabras de esos sueños se deslizan silenciosas en mi cáscara de nuez atrapando inviernos en mi desgastada mochila. Y no quiero seguir así: fuera.
Fuera de mí misma y de todos los ecos que susurran tu nombre. Sin verle el ritmo ni el color a este abril. Perdiéndome entre millones de nubes que se amontonan en la entrada de mi armario mientras tengo dos cajones llenos de un desorden que solo habla de ti. Quiero quemarnos. Quemar cada pedazo y que el fuego humedezca las casillas revueltas de mi alma.

Desastre y nada más.
Destruirme con esa bala que guardabas en la recámara y pensar que, tal vez, no era para mí, sino para matarte. Y así, matándote, morirme contigo. Deja ya de bailar en círculos porque tus ojos mienten y eso, solo lo sé yo.
Que no quiero seguir desgastando las suelas de mis zapatos por ti.
Que ya no hablas de ese espejo que te hacía más libre cuando besabas mi boca.
Que ha dejado de llamarse “amor” y ni siquiera tu sonrisa puede calmar el huracán que me abraza cada noche.
Que has perdido hasta el viento al que gritabas.

Que no nos reconozco.
Que sigo golpeando el suelo de un tren que ya ha dejado atrás muchas estaciones. Que ya no veo esa estrella que decías que ibas a bajar para protegerme del fantasma de mis pesadillas.
Que prefiero no pensar que te quiero así a pesar de todo.
Que creo que me estoy haciendo mayor.
Que, a veces, me canso de seguir girando.

Que, aunque por dentro estallen mil bombas, la razón no es más fuerte que esa que me late en el pecho y que dice: “Sigue ahí.” 

jueves, 16 de junio de 2016

Que la razón no entiende


Estoy cansado. Me estoy muriendo. Me estás matando.

Estoy cansado de que me dejes tirado y de que para ti no importe lo que yo siento.

Cansado de que te rías de mí y me hagas daño.
Cansado de tus insultos, de tus mentiras.  De todas las veces que me dijiste: "voy a cambiar" y no cambiaste.
Cansado de los muros que construyes a mi alrededor, que no me dejan disfrutar de lo que hay fuera de ti ni dejan que nadie entre a visitarme.
Cansado de no importarte, de que valores más las opiniones que los demás antes que la mía.

Estoy cansado hasta físicamente de estar contigo porque se ha pegado a mi piel tu frío. Y me paraliza.

Mario Benedetti Frases:

No te entiendo. No entiendo por qué me pisas así y por qué permites que me pisen los demás como si todas las primaveras que hemos vivido no te importasen ni un poco. No entiendo por qué quieres destruirme, por qué me maltratas cuando yo siempre he apostado por ti, por nosotros. No entiendo tus miedos ahora, ni el por qué me conviertes en una barrera. Que yo quiero acercarme a ti, que yo quiero calmar tus tormentas y no me dejas. Que te olvidaste de que te quiero y que te has olvidado de quererme.Que dónde queda aquello de que no podrías vivir sin mí. Dime dónde dejaste los paseos por la noche brillando como las estrellas y regalando nuestra luz a las calles. No puedo creer que hayas borrado mi recuerdo de tu memoria. ¿O es que acaso no fuimos grandes? Mira, quiero que al menos, sepas lo que tú has sido para mí desde que nacimos.


Ya estaba contigo. Aunque tú ni siquiera eras consciente. Llevo toda mi vida contigo. Te observé crecer y pensé: "Es lo más bonito que me ha pasado nunca. Sé que es ella la que estaba esperando y a la seguiré esperando siempre". Todavía me acuerdo de tus primeros pasos cuando te ponías nerviosa y yo me aceleraba solo de verte reír así: como la loca que eres. Es lo mismo que cuando llorabas y yo me rompía al experimentar como tuyo mi sufrimiento. Pero lo que más recuerdo de todo, son los momentos en los que eras feliz. Yo me llenaba de un no sé qué que me dejaba pleno y lo único que me salía era dar gracias por poder contemplarte así: bella. Cantaba. Sí que cantaba. En voz baja por las noches y, de esta forma, nada perturbaba tu sueño. 

Pero me tapaste la boca el mismo día que me ataste las manos. 
Y ahora solo puedo decirte que estoy cansado. 
Que me consume la venda que me has puesto en los ojos. 
Y que de nuevo ahora: ciego, mudo y sin libertad he decidido liberarme.
¿Que por qué?
Porque, espero que no te importe, pero... me estaba muriendo. 
Sí. Y no porque yo quisiera. 
Pero se te olvidó hacerle agujeros a la caja para que pudiese respirar y me faltaba el aire. 
Me estaba quedando sin sangre.
Así que tenía que salir como fuera y no me preguntes cómo, pero salí
y aquí me tienes. Sé que he perdido con el tiempo, que aparentemente no estoy tan guapo como antes, ni por fuera ni por dentro. Pero puedo decirte que por dentro estoy mucho mejor, aunque por fuera solo lleve tatuadas mil cicatrices.
Que he aprendido de mis errores, de nuestros errores, y que creo que tengo la solución a ellos. 
Al menos de momento.
Déjame tomar el mando por un tiempo, solo hasta que tú recuperes la sonrisa. Déjate llevar. Prometo no hacerte más daño. No me cansaré de ti nunca más. No vuelvas a encerrarme, no me prives de mi libertad.

Te garantizo que volveremos a ser lo que éramos, que volverá tu luz y que yo...

Bueno, que yo volveré a latir...



viernes, 10 de junio de 2016

Lo que eres

Eres una de esas personalidades enrevesadas. Una de esas que giran, que dan mil vueltas y que visten mil colores. Muchas veces huyes de ti misma y del contacto con otras personalidades. Te da miedo que vean que no puedes estarte quieta. Que no eres una de ellas. Que eres diferente y que, a veces, no te quieres así. Sientes que has hecho muchas cosas de las que te arrepientes y solo ves las ramas oscuras del árbol. Tus raíces empiezan a verse afectadas por la tristeza y las malas hierbas aprovechan para incordiar riéndose de la sombra que queda de ti. Te estás consumiendo. Te has quedado atrapada en el recuerdo frío y gris y, aunque luzca un sol precioso el cielo, piensas que ese diseño no se corresponde con cómo estás tú. Que tu luz se ha perdido entre las botellas sin mensaje de tu pasado y que ya no te quedan barcos a los que agarrarte pidiendo auxilio. Que querrías gritar mil cosas y ni una sola sale de tu garganta porque el silencio se ha convertido en tu mejor aliado y en un arma de doble filo con la que herir a los que más te importan. Que nunca habrías pensado que perder doliese tanto. Y vaya que si duele. Que hay noches en las que solo la almohada es testigo de que también llueve a cántaros dentro de tu habitación. Y qué me dices de esos días en los que solo un muro te observa imperturbable cuando expones con tu mirada que estás harta de todo. Que te dejaste de ver perfecta hace mucho, mucho tiempo y que ya no crees ni en aquello que te hacía especial. Que no saltas, ni corres, ni ríes como si todo fuese a acabarse en el segundo siguiente. Que hay un nudo que no te deja respirar y que matas las horas colgándote de cualquiera que te cambie media sonrisa por un "te quiero". Que te has vendido al mejor postor. Hace mucho escribías poemas y ahora tus miedos se escriben solos guiados por un impulso ciego. Por el mismo impulso que te lleva a imaginar que nada sirve de nada mientras sigas haciendo círculos cerrados en mares pequeños ahogándote en tus propias lágrimas. Que querías nadar a contracorriente pero se te olvidó quitarte la ropa para que no te arrastrase la amargura. Que querías lanzarte al vacío pero dudaste en si dar el salto o quedarte atrás mirando cómo otros lo intentaban. Que querías. Que antes querías y, ¿ahora? Ahora eres un desorden. El desorden más infinito que existe. Incapaz de poner algo de música en tus pasos, algo de ritmo en tus frases, algo de sentido a tus actos. Que te da igual si esto o si lo otro o, al menos, todo resbala por esa cabeza de roca. Porque dicen que tienes el corazón duro, de piedra, pero yo creo que no. Que la dura es esa mente tuya, esa mente de la que nadie tiene la llave porque olvidaste contarle al mundo dónde la guardabas. Que tienes más heridas de las que te atreves a contar y otras tantas  inseguridades. Que no esperes que te entiendan porque no van a hacerlo y que tienes dos opciones. Puedes seguir girando en un absurdo baile donde todos te pisan los pies y en el que pronto acabarás acurrucada en el suelo y humillada. O puedes salir del baile. Salir empezando desde el principio, sabiendo que eres una personalidad enrevesada, contando con ello y escribiendo. Escribiendo cada vez que algo te invite a hacerlo. Que tan solo estás perdida entre las curvas peligrosas de ti misma pero que aún puedes encontrarte. Que te quieras como estás. Que asumas de una vez que ahora esto es lo que eres.