Eres una de esas personalidades
enrevesadas. Una de esas que giran, que dan mil vueltas y que visten mil
colores. Muchas veces huyes de ti misma y del contacto con otras
personalidades. Te da miedo que vean que no puedes estarte quieta. Que no eres
una de ellas. Que eres diferente y que, a veces, no te quieres así. Sientes que
has hecho muchas cosas de las que te arrepientes y solo ves las ramas oscuras
del árbol. Tus raíces empiezan a verse afectadas por la tristeza y las malas
hierbas aprovechan para incordiar riéndose de la sombra que queda de ti. Te estás consumiendo. Te has quedado atrapada en el
recuerdo frío y gris y, aunque luzca un sol precioso el cielo, piensas que ese
diseño no se corresponde con cómo estás tú. Que tu luz se ha perdido entre las
botellas sin mensaje de tu pasado y que ya no te quedan barcos a los que
agarrarte pidiendo auxilio. Que querrías gritar mil cosas y ni una sola sale de
tu garganta porque el silencio se ha convertido en tu mejor aliado y en un arma
de doble filo con la que herir a los que más te importan. Que nunca habrías
pensado que perder doliese tanto. Y vaya que si duele. Que hay noches en las
que solo la almohada es testigo de que también llueve a cántaros dentro de tu
habitación. Y qué me dices de esos días en los que solo un muro te observa imperturbable
cuando expones con tu mirada que estás harta de todo. Que te dejaste de ver perfecta hace mucho, mucho tiempo y que ya no crees ni en aquello que te hacía
especial. Que no saltas, ni corres, ni ríes como si todo fuese a acabarse en el segundo siguiente. Que hay un
nudo que no te deja respirar y que matas las horas colgándote de cualquiera
que te cambie media sonrisa por un "te quiero". Que te has vendido al mejor postor. Hace mucho
escribías poemas y ahora tus miedos se escriben solos guiados por un impulso
ciego. Por el mismo impulso que te lleva a imaginar que nada sirve de nada
mientras sigas haciendo círculos cerrados en mares pequeños ahogándote en tus propias lágrimas. Que querías nadar
a contracorriente pero se te olvidó quitarte la ropa para que no te arrastrase la amargura. Que querías lanzarte al vacío pero dudaste en si dar el salto o
quedarte atrás mirando cómo otros lo intentaban. Que querías. Que antes querías
y, ¿ahora? Ahora eres un desorden. El desorden más infinito que existe. Incapaz
de poner algo de música en tus pasos, algo de ritmo en tus frases, algo de
sentido a tus actos. Que te da igual si esto o si lo otro o, al menos, todo
resbala por esa cabeza de roca. Porque dicen que tienes el corazón duro, de piedra,
pero yo creo que no. Que la dura es esa mente tuya, esa mente de la que nadie
tiene la llave porque olvidaste contarle al mundo dónde la guardabas. Que tienes
más heridas de las que te atreves a contar y otras tantas inseguridades. Que no
esperes que te entiendan porque no van a hacerlo y que tienes dos opciones. Puedes
seguir girando en un absurdo baile donde todos te pisan los pies y en el que
pronto acabarás acurrucada en el suelo y humillada. O puedes salir del baile. Salir empezando desde el principio, sabiendo que eres una
personalidad enrevesada, contando con ello y escribiendo. Escribiendo cada vez
que algo te invite a hacerlo. Que tan solo estás perdida entre las curvas
peligrosas de ti misma pero que aún puedes encontrarte. Que te quieras como estás. Que asumas de una vez que ahora esto es lo que eres.
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