lunes, 11 de marzo de 2019

Escribimos

Escribimos porque sabemos que hay unos ojos que nos leen. Escribimos porque es una forma de no estar solo, de compartir los secretos más profundos del alma.

jueves, 7 de febrero de 2019

Empezando a vivir

Se escapan mis ganas. No me quedan fuerzas. El mundo me ha vencido, por fin ha conseguido hacerme pequeña. Y aquí en febrero sobrevuelan, sobre un silencio insoportable, los nudos de de mi garganta. El frío se ha pegado a mi piel como mi segunda sombra y no hay sol que consiga hacerlo desaparecer. El tiempo parece haberse parado en un segundo absurdo en el que todos los lugares y momentos visten el mismo gris. No sé dónde estás, por qué sigues jugando al escondite si hace tres paradas que he dejado de contar. Cómo puedo reencontrarme con el punto y aparte que trazaba mi sonrisa, con las canciones indiscretas que conseguían hacerme sentir el principio de algo eterno. Un estado de vacío intransitorio es lo que mejor define la versión de la que soy imagen y reflejo. Juego a tirar miradas de escape en pupilas negras que solo buscan sentir el color de un iris. 

Me he encontrado al final de la eternidad con  un soberbio monumento de mi vacío donde se alzan desafiantes las murallas y los escudos. No pierdo la ocasión de perderme detrás de las puertas que al final no se cerraron. Rescato recuerdos que tropiezan por mi pecho izquierdo haciendo que tiemblen mis manos. Luego me miro al espejo, en otro intento burdo de ser valiente, me digo que todo va bien, que solo tengo que darle una oportunidad más al tiempo en la distancia. Finjo sonreír mientras se clavan en mi cara, como puñales, las dudas. Ya no quiero correr porque cuando vuelvo, después de haberme matado a zancadas, me doy cuenta de que mi vida sigue justo donde estaba. Tantas cosas para motivar un corazón testarudo, incapaz de seguir latiendo de forma autónoma. Y ahora me pregunta el abismo al que abrigo, también entre mis costillas, que qué quiero. Mi respuesta muda suena más alto dentro que fuera: “No quiero, ni sé qué quiero ni por qué”. Pero el caos anatómico que he conseguido crear me grita para que eche la puerta abajo, limpie y ponga orden entre goteras y cristales rotos. Me quedo muy quieta porque no me atrevo, porque me da miedo ir sacando una a una las vísceras para curarlas y volver a ponerlas donde, en realidad, deberían estar. 

Se ha colado el polvo entre los renglones haciéndome sentir abatida, cansada y algo vieja, como si tuviese más años a cuestas de los que realmente enseñan mis jóvenes arrugas. No sé si vas a ayudarme a hacer la incisión que deje al descubierto los entresijos de mi alma, solo sé que ahora mismo, me pesa tanto la incapacidad que sola me hundo en el sillón del intento. No sé qué es lo que se supone que hay que hacer cuando ya ni el círculo cerrado de unos brazos estrechándote consigue liberarte de las cadenas del infierno, cuando ni un “te quiero” le da la vuelta al calcetín, cuando ni siquiera otras manos destapan la manta de lágrimas que te arropa cada noche. 

Y dicen que la muerte es solo el comienzo de la vida, ¿será que estoy empezando a vivir?

 Resultado de imagen de muerte y vida

jueves, 28 de septiembre de 2017

Madre

Entonces, los acontecimientos van pasando y tú no sabes como frenarlos ni dónde esta la palanca que resetea todo y tiene el poder de hacer que las cosas empiecen de cero.
Te quedas quieta, esperando sin saber muy bien a qué o a quien. Y ahí estás.  Dejándote llevar por la lluvia que baila en tu piel desnuda. La mente en blanco y unos vaqueros arrugados que se asemejan a tu alma, encogida sobre sí misma. Te das cuenta de que has automatizado a la perfección los cinco pasos exactos que hay que seguir para fabricar una sonrisa de esas con las que ya no dices nada. 
Y sigues inmóvil mientras todo a tu alrededor cambia. 
Un puño de roca y hielo se ha apoderado de tu corazón y eres incapaz de convertir la roca en carne que siente o el hielo en nieve que se deshace. 
Y pase, pase que en tu mutismo hayas cerrado cada cerrojo siendo prisionera de tu propio cuento. 

Pase que tu tristeza haga de ti una marioneta que ni siquiera puede ser dirigida por el títere por todos los nudos que le impiden moverse. 
Pase que la tierra se hunda bajos tus pequeños pies cuando llueve, perlando tu cuerpo de esa lluvia que has convertido en tus cicatrices. 
Pero no quiero ni puedo verte llorar. Tengo un mecanismo de defensa natural que estalla en mil pétalos cuando las lágrimas asoman a tu pecho. 
Porque no eres de esas que lloran con los ojos sino con todas las fuerzas de un corazón que late cansado, boqueando para sobrevivir a seis guerras a la vez. 
Y sé que yo soy una de tus guerras pero, tranquila, mamá, que a mí ya me has ganado. Por fin he podido escuchar el canto de tus trompetas y he entendido que te convertí en mi peor enemigo cuando eres mi mejor aliado. Siento cada disparo que te alcanzó de lleno, me atraviesan cada una de las armas que empleé para destruirte y con las que, por rebote, acabé sangrando yo. 
No sé cómo redimirme de tantas veces que te he matado ni cómo agradecerte las infinitas masacres de las que me has salvado tú. 

Podría haber caído herida cientos, miles, millones de ocasiones. De hecho, así fue pero siempre estaban tus manos para agarrarme y arrancarme a caricias ese: "Vamos, ahora levántate". 
Así que me he retirado porque he visto que no hay peor soldado que el que lucha en contra de sí mismo y yo...yo luchaba contra ti. Que aquel veintidós todavía éramos dos en una y no quiero que eso cambie. Sigues siendo en mí, igual que yo en ti porque eso es lo que me has enseñado: a amar.
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domingo, 30 de octubre de 2016

Rota


Tengo una idea, a veces exagerada, y un par de ranas que me persiguen en sueños jugando a convertirse en príncipes.
Tengo  infinitos cuentos y ninguno de ellos ha cambiado para volverse historia.
Tengo una sonrisa cansada y algo muerta en ese hueco que han dejado tus abrazos.


Y, es en ese preciso momento, en el que veo que no es sino mi tristeza la que me aprieta los botones.
Atrapé ocho dragones, que ahora guardan mis mazmorras y escondí en el sótano unos cuantos miedos. He apagado la luz, eso sí, para que nadie baje a descubrirlos.
Tengo algunos meteoritos a punto de estallarme en el pecho y causar estragos irreversibles. 
Y es que así soy: tantas veces, tonta. Tantas veces, débil. Tantas otras, seria.
Le he prometido a mi "yo" de mayor que voy a construir y no a destruir, que voy a cambiar,
que algún día estará orgulloso de mí, de poder ser lo que es.
No sé muy bien cómo empezar a resolver las goteras en el ala oeste de mis bloque(o)s.
Ni siquiera tengo la llave que abre tantas incógnitas que me arrastran mar adentro.
No miento si digo que he olvidado cómo es tensar los músculos de la cara sin esfuerzo y romper a reír o romper a llorar. Pero romper, porque ya estoy harta. Y, porque, aún así, ya no destruyo. Ahora me quedo quieta.
Frente a un desierto indómito, me pregunto dónde dejé todas esas letras,las que siempre me sacaban de cualquier nudo: de los del alma y los del esófago.
Me pregunto cómo es que ya no hay nada azul en mis cielos ni nada blanco entre mis sábanas. Miro de frente las lágrimas que surcan mi almohada jugando a hacer mortales desde mis mejillas.
Sin duda, he aprendido que la madrugada solo trae la tinta difuminada de lo que va a ser un mal día. Que con el ocaso, se pierden entre botellas esas esperanzas de recuperarle, de recuperarme, de recuperarnos.
Puede que mis pantalones rotos necesiten algo más que juicios de desprecio.
Tal vez, mis pies solo exijan de tus huellas para entender que sigues ahí. Que es real. Que eres eral. Que no te has vuelto a ir, como tantas veces me haces sentir. Y tantas, sin querer.
Tal vez y solo tal vez, eso desintegre mis meteoritos y mi idea exagerada. No sé.
Al final escribo porque te echo de menos. 

Y es que con ellos, con vosotros queridos, me pasa igual. Cada veintidós segundos me engaño pensando que no necesito vuestros barcos; sí, esos que se van a pique, los que me tocan y, muchas veces, me hunden.
Aunque no quiera, escojo la sal, el mar y la arena. Y, si he decidido quedarme, si sigo aquí es porque, en el fondo, nunca he querido navegar sola.
Que aunque me sienta naufrago, quiero ser otra cosa, algo que me saque a flote con cada golpe de timón.
Quiero quedarme con el botín y enamorarme de la cordura de la brisa, para no tener que ser más esa loca de San Blas. Que le canten a otra, que yo quiero estar viva y dejar de esperar.
Quiero saber lo que es libertad, saborear ese ron de verdades que te lleva a tumbarte borracho y a mirar enamorado la inmensidad de las estrellas.
Quiero cantar mis razones a la luna y llorarla cuando sea llena y reírla cuando sea nueva.
Quiero que nada ni nadie me ate a amar. Que mi amar sea único e irresistiblemente bello.
Que mi vida sea ese beso que acaricia la piel y te hace morirte de ganas y de incertidumbre.
Busco esa sensación de infinitud que, en su día, atravesó cada uno de los poros de mi alma, encendiendo cada lunes con sabor a tarde de viernes.

No quiero más hielo en mis horizontes ni que se me caiga la voz a trozos.
No quiero que enmudezcan mis ojos ni que mis labios dejen de estremecerse cada vez que escucho mi nombre en los tuyos.
Que soy valiente porque no he dejado de girar aunque lleve a cuestas cuatro años en vela.
¿Sabéis? Me sigue mareando mi idea exagerada y me gustaría calmarla y susurrarle que no tenga miedo.

Sí. Que no tenga miedo a equivocarse. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

"Querida hija:

Es por eso que no me importó que todos me despreciasen hasta los insultos, incluida tú. Es por eso que puse mi cara dura como la piedra cuando me golpeaste en el vientre una y otra vez. Es por eso que aguanté cada uno de los latigazos que me diste. Se podría decir que solo ahogué un grito de dolor cuando arrancaste la piel de mi corazón a tiras. Solo en ese instante pensé en cómo había podido llegar hasta ahí. En ese momento de terrible sufrimiento una tenue niebla oscureció mi semblante y me pregunté por un brevísimo espacio de tiempo: "¿qué hago aquí?". Y recordé.

Recordé los brazos de mi padre. Recordé el olor dulce de mi madre despertándome por la mañana. Recordé las risas de mis hermanos, los chistes de mis amigos. El día en que te concebí. ¿Cómo iba a olvidarme de ti? De ti, el fruto de mis entrañas. De la historia que había vivido para poder darte a luz. 
Y entonces, lo vi. Como transportada a una octava dimensión, vi tu carita redonda y llorona entre mis brazos. Vi tus pequeñas manos acariciando las mías en un intento de atrapar mi dedo anular. Vi cada día que pasaba a tu lado: las noches en vela, tus primeros pasos, tus sufrimientos de niño...El tesoro de tu juventud. Crecías y encontraste el amor. Ése amor que yo te había dado desde que llegaste al mundo lo descubriste en un hombre. Te obsesionaste con él. Me olvidaste. Y, en contra de lo que yo deseaba para ti, te perdiste. Te busqué cada día durante muchos, muchísimos años. Desapareciste con el amor de tu vida sin dejar rastro y yo no sabía dónde buscarte. Solo quería que estuvieses bien.
Y, cuando estaba exhausta de llamarte sin que me respondieses, al fin te encontré. 

No eras la hija que había soñado que fueras pero eras mi hija. Una hija sucia, herida, sola. Mujer destrozada. El amor de tu vida había muerto. Ahí donde habías puesto tu corazón se había roto y ya no sabías cómo volver a amar. Te recogí en brazos porque no tenías fuerzas ni para resistirte. Te llevé de vuelta a casa y decidí reparar ese corazón tuyo que tan roto estaba. Empecé por pegar los pedazos pero aquello no era eficaz; en cuanto los pegaba se hacían trizas de nuevo con cada golpe de latido.
Por un momento creí que podría hacerlo, creí que lo lograría, que te recuperaría, ¡qué equivocada estaba! Me desviví en cuidados para hacerte feliz mientras tú solo te reías de mis vanos intentos arrojándome con crueldad tu dolor en la cara. Me deshice en mil detalles sin darme cuenta de que tu sufrimiento era algo en lo que yo no me podía meter si tú no me dejabas entrar. Y entonces entendí lo que debía hacer: regalarte la libertad.

Me he dejado matar literalmente por ti. Me has hecho todo el daño que has podido descargando en mí todo lo que a ti te estaba aniquilando. Solo había una manera de recuperar tu corazón roto y era dándote el mío, así que te he dejado hacer. Tal vez no puedo pegar tus pedazos pero sí puedo hacer que empieces de cero. Espero que te des cuenta de que si eres lo que eres es gracias a mí, hija. Solo al morir por ti, verás que tú y yo somos Uno y que tú, mi Vida, eres libre. Que la muerte de tu corazón no volverá a paralizarte porque ahora tienes el mío que ya te ha salvado, que volverá a hacerlo todas las veces que haga falta.

Ahora, ahora que estoy desangrándome hasta la última gota, doy respuesta a mi pregunta: Estoy aquí porque te amo, cariño."


Después de todo, confío en que entendáis que ni estoy hablando de ella ni de mí. 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Me han dicho

Me han dicho que una bala de oro puede matar dragones, que las princesas aparecen solo en los cuentos y que los principitos azules destiñen. Me han dicho que el destino no existe o que sí, que todo es azar o que nada es casualidad. Me han dicho que cuando las aceras están mojadas se debe solo a la lluvia y que cuando la arena quema no es solo por el sol. Porque sí. Porque se supone que debemos ganar si lo arriesgamos todo. Porque se supone que aquí solo manda el más fuerte, el que sabe ocultar sus lágrimas y fingir sus sonrisas mientras fuera siguen bailando la vida esperando a que muevas tus caderas a su ritmo de vértigo. Me han dicho que vale más ser rico que ser feliz. Que los que escriben, son unos ilusos enamorados de absurdos imposibles. Porque, para qué engañarnos, esto ya no interesa a nadie que no sepa leer entre renglones. Me han comentado que la juventud se pasa rápido y hay que seguir cogiendo trenes que nos lleven cada vez más lejos aunque, a veces, no sepamos ni adónde vamos, ni quiénes somos, ni cuál es nuestro tren. Me han dicho que avance, que avance siempre sin pararme a pensar en los lunares de tu espalda. Me han dicho que el amor no existe. Me han dicho que no merece la pena.
Pero tú me has demostrado lo contrario. Que merece la pena.
Que merece la pena sentarme a escribir mientras como decía Béquer: “haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira.”

Que soy de las que piensan que merece la pena soñar con tu príncipe azul, aunque destiña, porque todos desteñimos alguna vez, pero tú eliges quién quieres que te manche y quién no. Que merece la pena creer en el destino y en que nada es casualidad. Nada pasa porque sí. Porque si no, no estaríamos donde estamos. Y estamos. Llámalo X. Sé que simplemente merece la pena creer en algo, tener esperanza. Sé que merece la pena porque algún día me sentaré contigo en nuestra playa a cavilar sobre tus lunares en por qué la arena quema más o menos por el sol o por otras extrañas razones, sobre por qué la lluvia se empeña en mojar las aceras o en por qué fingimos sonrisas y lágrimas según envejecemos para ocultar las cicatrices de esos dragones que matamos con balas de oro para ocultar nuestras propias barreras y nuestros miedos. Que la vida es corta y que cuando haga algo lo haga para mí, no por nadie sino porque quiero hacerlo. Que todo lo que me salga del corazón lo haga; eso me lo has demostrado tú con hechos. Que merece la pena porque sí que me aportas más. Siempre más. Cada día más. Y la balanza se inclina a tu favor y eso solo hace que te quiera otro poquito.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Sigo aquí

Huyo. Intento ser otra poesía que escribe versos marcados por las cicatrices de un papel roto. Me río. Y estallan en mi pecho terribles carcajadas.

El coche está abajo y me espera aparcado. Es la absurda imagen de un medio que jamás justificará mi fin: huir de todo. Huir de ti. 

Estoy lejos de sentirme viva o de sentir el atisbo de cualquier sentimiento. Me voy a ninguna parte. Porque, al final, siempre eres tú el que está ahí aunque yo quiera irme. Y no aguanto el perder todo. Tampoco el perderte. Acabaré tropezando veintiséis veces con la misma piedra solo porque al final también yo soy de las que se enamoran de sus errores. Y no, no estoy hablando de ti.

Resumiré mi historia: equivocarme y hundirme en más mares de los que me atrevo a contar para después salir a flote y quedarme boqueando en la orilla, esperando a que otra ola vuelva arrastrarme mar adentro.

Así que, por todas esas noches ahogada, he decidido coleccionar también tus atardeceres. Ésos que se que se esconden cada tarde en mi clavícula y juegan a dibujar sombras en mi espalda danzando entre escondite y escondite con un puñado de sueños rotos.

Las palabras de esos sueños se deslizan silenciosas en mi cáscara de nuez atrapando inviernos en mi desgastada mochila. Y no quiero seguir así: fuera.
Fuera de mí misma y de todos los ecos que susurran tu nombre. Sin verle el ritmo ni el color a este abril. Perdiéndome entre millones de nubes que se amontonan en la entrada de mi armario mientras tengo dos cajones llenos de un desorden que solo habla de ti. Quiero quemarnos. Quemar cada pedazo y que el fuego humedezca las casillas revueltas de mi alma.

Desastre y nada más.
Destruirme con esa bala que guardabas en la recámara y pensar que, tal vez, no era para mí, sino para matarte. Y así, matándote, morirme contigo. Deja ya de bailar en círculos porque tus ojos mienten y eso, solo lo sé yo.
Que no quiero seguir desgastando las suelas de mis zapatos por ti.
Que ya no hablas de ese espejo que te hacía más libre cuando besabas mi boca.
Que ha dejado de llamarse “amor” y ni siquiera tu sonrisa puede calmar el huracán que me abraza cada noche.
Que has perdido hasta el viento al que gritabas.

Que no nos reconozco.
Que sigo golpeando el suelo de un tren que ya ha dejado atrás muchas estaciones. Que ya no veo esa estrella que decías que ibas a bajar para protegerme del fantasma de mis pesadillas.
Que prefiero no pensar que te quiero así a pesar de todo.
Que creo que me estoy haciendo mayor.
Que, a veces, me canso de seguir girando.

Que, aunque por dentro estallen mil bombas, la razón no es más fuerte que esa que me late en el pecho y que dice: “Sigue ahí.”