lunes, 19 de septiembre de 2016

"Querida hija:

Es por eso que no me importó que todos me despreciasen hasta los insultos, incluida tú. Es por eso que puse mi cara dura como la piedra cuando me golpeaste en el vientre una y otra vez. Es por eso que aguanté cada uno de los latigazos que me diste. Se podría decir que solo ahogué un grito de dolor cuando arrancaste la piel de mi corazón a tiras. Solo en ese instante pensé en cómo había podido llegar hasta ahí. En ese momento de terrible sufrimiento una tenue niebla oscureció mi semblante y me pregunté por un brevísimo espacio de tiempo: "¿qué hago aquí?". Y recordé.

Recordé los brazos de mi padre. Recordé el olor dulce de mi madre despertándome por la mañana. Recordé las risas de mis hermanos, los chistes de mis amigos. El día en que te concebí. ¿Cómo iba a olvidarme de ti? De ti, el fruto de mis entrañas. De la historia que había vivido para poder darte a luz. 
Y entonces, lo vi. Como transportada a una octava dimensión, vi tu carita redonda y llorona entre mis brazos. Vi tus pequeñas manos acariciando las mías en un intento de atrapar mi dedo anular. Vi cada día que pasaba a tu lado: las noches en vela, tus primeros pasos, tus sufrimientos de niño...El tesoro de tu juventud. Crecías y encontraste el amor. Ése amor que yo te había dado desde que llegaste al mundo lo descubriste en un hombre. Te obsesionaste con él. Me olvidaste. Y, en contra de lo que yo deseaba para ti, te perdiste. Te busqué cada día durante muchos, muchísimos años. Desapareciste con el amor de tu vida sin dejar rastro y yo no sabía dónde buscarte. Solo quería que estuvieses bien.
Y, cuando estaba exhausta de llamarte sin que me respondieses, al fin te encontré. 

No eras la hija que había soñado que fueras pero eras mi hija. Una hija sucia, herida, sola. Mujer destrozada. El amor de tu vida había muerto. Ahí donde habías puesto tu corazón se había roto y ya no sabías cómo volver a amar. Te recogí en brazos porque no tenías fuerzas ni para resistirte. Te llevé de vuelta a casa y decidí reparar ese corazón tuyo que tan roto estaba. Empecé por pegar los pedazos pero aquello no era eficaz; en cuanto los pegaba se hacían trizas de nuevo con cada golpe de latido.
Por un momento creí que podría hacerlo, creí que lo lograría, que te recuperaría, ¡qué equivocada estaba! Me desviví en cuidados para hacerte feliz mientras tú solo te reías de mis vanos intentos arrojándome con crueldad tu dolor en la cara. Me deshice en mil detalles sin darme cuenta de que tu sufrimiento era algo en lo que yo no me podía meter si tú no me dejabas entrar. Y entonces entendí lo que debía hacer: regalarte la libertad.

Me he dejado matar literalmente por ti. Me has hecho todo el daño que has podido descargando en mí todo lo que a ti te estaba aniquilando. Solo había una manera de recuperar tu corazón roto y era dándote el mío, así que te he dejado hacer. Tal vez no puedo pegar tus pedazos pero sí puedo hacer que empieces de cero. Espero que te des cuenta de que si eres lo que eres es gracias a mí, hija. Solo al morir por ti, verás que tú y yo somos Uno y que tú, mi Vida, eres libre. Que la muerte de tu corazón no volverá a paralizarte porque ahora tienes el mío que ya te ha salvado, que volverá a hacerlo todas las veces que haga falta.

Ahora, ahora que estoy desangrándome hasta la última gota, doy respuesta a mi pregunta: Estoy aquí porque te amo, cariño."


Después de todo, confío en que entendáis que ni estoy hablando de ella ni de mí. 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Me han dicho

Me han dicho que una bala de oro puede matar dragones, que las princesas aparecen solo en los cuentos y que los principitos azules destiñen. Me han dicho que el destino no existe o que sí, que todo es azar o que nada es casualidad. Me han dicho que cuando las aceras están mojadas se debe solo a la lluvia y que cuando la arena quema no es solo por el sol. Porque sí. Porque se supone que debemos ganar si lo arriesgamos todo. Porque se supone que aquí solo manda el más fuerte, el que sabe ocultar sus lágrimas y fingir sus sonrisas mientras fuera siguen bailando la vida esperando a que muevas tus caderas a su ritmo de vértigo. Me han dicho que vale más ser rico que ser feliz. Que los que escriben, son unos ilusos enamorados de absurdos imposibles. Porque, para qué engañarnos, esto ya no interesa a nadie que no sepa leer entre renglones. Me han comentado que la juventud se pasa rápido y hay que seguir cogiendo trenes que nos lleven cada vez más lejos aunque, a veces, no sepamos ni adónde vamos, ni quiénes somos, ni cuál es nuestro tren. Me han dicho que avance, que avance siempre sin pararme a pensar en los lunares de tu espalda. Me han dicho que el amor no existe. Me han dicho que no merece la pena.
Pero tú me has demostrado lo contrario. Que merece la pena.
Que merece la pena sentarme a escribir mientras como decía Béquer: “haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira.”

Que soy de las que piensan que merece la pena soñar con tu príncipe azul, aunque destiña, porque todos desteñimos alguna vez, pero tú eliges quién quieres que te manche y quién no. Que merece la pena creer en el destino y en que nada es casualidad. Nada pasa porque sí. Porque si no, no estaríamos donde estamos. Y estamos. Llámalo X. Sé que simplemente merece la pena creer en algo, tener esperanza. Sé que merece la pena porque algún día me sentaré contigo en nuestra playa a cavilar sobre tus lunares en por qué la arena quema más o menos por el sol o por otras extrañas razones, sobre por qué la lluvia se empeña en mojar las aceras o en por qué fingimos sonrisas y lágrimas según envejecemos para ocultar las cicatrices de esos dragones que matamos con balas de oro para ocultar nuestras propias barreras y nuestros miedos. Que la vida es corta y que cuando haga algo lo haga para mí, no por nadie sino porque quiero hacerlo. Que todo lo que me salga del corazón lo haga; eso me lo has demostrado tú con hechos. Que merece la pena porque sí que me aportas más. Siempre más. Cada día más. Y la balanza se inclina a tu favor y eso solo hace que te quiera otro poquito.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Sigo aquí

Huyo. Intento ser otra poesía que escribe versos marcados por las cicatrices de un papel roto. Me río. Y estallan en mi pecho terribles carcajadas.

El coche está abajo y me espera aparcado. Es la absurda imagen de un medio que jamás justificará mi fin: huir de todo. Huir de ti. 

Estoy lejos de sentirme viva o de sentir el atisbo de cualquier sentimiento. Me voy a ninguna parte. Porque, al final, siempre eres tú el que está ahí aunque yo quiera irme. Y no aguanto el perder todo. Tampoco el perderte. Acabaré tropezando veintiséis veces con la misma piedra solo porque al final también yo soy de las que se enamoran de sus errores. Y no, no estoy hablando de ti.

Resumiré mi historia: equivocarme y hundirme en más mares de los que me atrevo a contar para después salir a flote y quedarme boqueando en la orilla, esperando a que otra ola vuelva arrastrarme mar adentro.

Así que, por todas esas noches ahogada, he decidido coleccionar también tus atardeceres. Ésos que se que se esconden cada tarde en mi clavícula y juegan a dibujar sombras en mi espalda danzando entre escondite y escondite con un puñado de sueños rotos.

Las palabras de esos sueños se deslizan silenciosas en mi cáscara de nuez atrapando inviernos en mi desgastada mochila. Y no quiero seguir así: fuera.
Fuera de mí misma y de todos los ecos que susurran tu nombre. Sin verle el ritmo ni el color a este abril. Perdiéndome entre millones de nubes que se amontonan en la entrada de mi armario mientras tengo dos cajones llenos de un desorden que solo habla de ti. Quiero quemarnos. Quemar cada pedazo y que el fuego humedezca las casillas revueltas de mi alma.

Desastre y nada más.
Destruirme con esa bala que guardabas en la recámara y pensar que, tal vez, no era para mí, sino para matarte. Y así, matándote, morirme contigo. Deja ya de bailar en círculos porque tus ojos mienten y eso, solo lo sé yo.
Que no quiero seguir desgastando las suelas de mis zapatos por ti.
Que ya no hablas de ese espejo que te hacía más libre cuando besabas mi boca.
Que ha dejado de llamarse “amor” y ni siquiera tu sonrisa puede calmar el huracán que me abraza cada noche.
Que has perdido hasta el viento al que gritabas.

Que no nos reconozco.
Que sigo golpeando el suelo de un tren que ya ha dejado atrás muchas estaciones. Que ya no veo esa estrella que decías que ibas a bajar para protegerme del fantasma de mis pesadillas.
Que prefiero no pensar que te quiero así a pesar de todo.
Que creo que me estoy haciendo mayor.
Que, a veces, me canso de seguir girando.

Que, aunque por dentro estallen mil bombas, la razón no es más fuerte que esa que me late en el pecho y que dice: “Sigue ahí.”